Arkaì o Kaì: Kaì significa Brahmâ, quien una vez se sintió atraído por su hija y comenzó a perseguirla, lo cual enfureció a Äiva, y éste lo atacó con su tridente. Brahmâjî huyó, temiendo por su vida. En lo que respecta a arkaì, hay una referencia en El Vâmana Purâòa. Había un demonio de nombre Vidyunmâlî, a quien se le había obsequiado con un deslumbrante avión dorado que viajaba detrás del Sol, y la noche desaparecía por la deslumbrante refulgencia de ese avión. Así pues, el dios del Sol se enojó, y con sus implacables rayos derritió el avión. Esto enfureció al Señor Äiva. El Señor Äiva atacó entonces al dios del Sol, el cual comenzó a huir y finalmente cayó en Kâsî (Vârâòasî), y el lugar se hizo famoso con el nombre de Lolârka. (S.B. 1º, Cap. 7, V. 18, pág. 319) . ARKAH: (sáns. vaiëòava). El Sol. // De esta palabra hay referencia en El Vâmana Purâòa. Había un demonio de nombre VIDYUNMÁLÍ, a quien se le había obsequiado con un deslumbrante avión dorado que viajaba detrás del Sol, y la noche desapareció por la deslumbrante refulgencia de ese avión. Así pues, el dios Sol se enojó, y con sus implacables rayos derribó el avión. Esto enfureció al Señor Siva. El Señor Siva atacó entonces al dios del Sol, el cual comenzó a huir y finalmente cayó en Kasi (Vârâòasî), y el lugar se hizo famoso con el nombre de Lolárka. Arka: Arkaì o Kaì: TEXTO 18 TaMaaPaTaNTa& Sa ivl/+Ya dUraTa( ku-MaarhaeiÜGanMaNaa rQaeNa ) Parad]vTPa[a<aParqPSauåVYaa| YaavÓMa& åd]>aYaaÛQaak-" )) 18 )) tam âpatantaê sa vilakëya dûrât kumâra-hodvigna-manâ rathena parâdravat prâòa-parîpsur urvyâê yâvad-gamaê rudra-bhayâd yathâ kaì tam—a él; âpatantam—acercándose furiosamente; saì—él; vilakëya—viendo; dûrât—desde lejos; kumâra-hâ—el asesino de los príncipes; udvigna-manâì—con la mente perturbada; rathena—en la cuadriga; parâdravat—huyó; prâòa—vida; parîpsuì—para proteger; urvyâm—a gran velocidad; yâvat-gamam—mientras huía; rudra-bhayât—por temor a Äiva; yathâ—como; kaì—Brahmâ (o arkaì—Sûrya). TRADUCCIÓN
SIGNIFICADO Según el material de lectura, ya sea que se lea kaì o arkaì existen dos referencias en los Purâòas. Kaì significa Brahmâ, quien una vez se sintió atraído por su hija y comenzó a perseguirla, lo cual enfureció a Äiva, y éste lo atacó con su tridente. Brahmâjî huyó, temiendo por su vida. En lo que respecta a arkaì, hay una referencia en El Vâmana Purâòa. Había un demonio de nombre Vidyunmâlî, a quien se le había obsequiado con un deslumbrante avión dorado que viajaba detrás del Sol, y la noche desaparecía por la deslumbrante refulgencia de ese avión. Así pues, el dios del Sol se enojó, y con sus implacables rayos derritió el avión. Esto enfureció al Señor Äiva. El Señor Äiva atacó entonces al dios del Sol, el cual comenzó a huir y finalmente cayó en Kâsî (Vârâòasî), y el lugar se hizo famoso con el nombre de Lolârka. (S.B. 1º, Cap. 7, V. 18, págs. 318-319). ARKAI: (sáns. vaiëòava). Espíritus del tiempo. Según Rudolf Steiner son entidades subalternas al servicio de los Elohim. arkam: (sáns. vaiëòava). el Sol (C. 1º, Cap. 9, V. 42).
Praj€pati y la Aurora (Uëas): El primer Amor del Padre. El Arquero Rudra.El Padre vio la aurora. Vio la belleza de la Hija que surgía. En la fría claridad era invadido por una llama hasta la punta de las uñas. La llama golpeaba allí como una ola sobre las rocas, y después retrocedía. Así que, en medio de esa luz lívida, quería ir más allá. Pero ¿había un más allá? ¿Había existido alguna vez? Era el cuerpo de Uëas, Aurora, antes blanco y ahora rosado, que se ofrecía al Padre, mientras la luz ascendía. El Padre deseó. Ya no era el ardor del que vivía, el horno interno, que iluminaba la caverna de la mente. Ahora era un ardor que bullía fuera del cuerpo, que lamía la piel blanda de Uëas. En silencio, el Padre iba acercándose a la hija. Pero ¿por qué Uëas tenía ahora una piel de antílope? El Padre se dio cuenta de que, al querer acariciarla, levantaba hacia ella unas garras de antílope. A la claridad de la aurora se mezclaba una claridad más fuerte, que emanaba del Padre y lo deslumbraba también a él mismo. No sabía si apretaba los senos de Uëas o el blando pecho del antílope. Prajâpati envolvía ahora por completo a la Hija, penetraba en ella, así como ella hasta ahora había anidado en él. El falo del Padre abría por primera vez una senda en la oscuridad de la Aurora. Callaban. La aurora y el ardor se superponían, coincidían, como si el interior y el exterior fueran un mismo tejido, apenas agitado por el viento. Nunca había existido algo distinto, sólo ahora parecía que comenzaba a insinuarse algo. El ardor crecía, casi hasta la incandescencia. Sólo se advertía la respiración de Prajâpati y de Uëas, y el movimiento casi imperceptible de sus cuerpos fundidos. Una figura oscura, un arquero, se desprendió lentamente de la sombra. Fue la primera figura surgida de lo oscuro, que una hoja de luz recortaba de lo oscuro. Tensaba su arco. Cuanto más lo tensaba tanto más la incandescencia invadía los cuerpos enlazados. Rudra gritó mientras disparaba la flecha. Prajâpati, fulmíneo, se apartó del cuerpo de Uëas. La flecha le abrió en la ingle una herida no mayor del tamaño de un grano de cebada, mientras su falo vertía el semen sobre la tierra. La boca de Prajâpati espumaba de rabia y de dolor. Uëas, abandonada, arrojada, temblaba ligeramente. Ésta es la escena que está detrás de todas las escenas, la escena que cada escena varía, repite, deforma, destroza, recompone, porque de esta escena en la aurora desciende el mundo. ¿Quién la vio? Alrededor no había más que un vacío y una ráfaga de viento. Sin embargo, hubo espectadores, silenciosos y ávidos: treinta y tres (¿o trescientos treinta y nueve?, ¿o tres mil trescientos treinta y nueve?) dioses se agolpaban en los balcones del cielo. Se miraban, contrariados. Dijeron: “Prajâpati está haciendo algo que nunca antes se había hecho.” Querían castigar a alguien, pues ninguno de los dioses tenía el poder de golpear a Prajâpati. Se miraron de nuevo, con gesto de conjurados. Todos pensaron en el mismo nombre, que no pronunciaron: Rudra. Los dioses no olvidaban su rencor hacia Prajâpati. No comprendían a aquel Padre solitario, doliente, a quien debían curar permanentemente por medio del sacrificio. Pero sobre todo no le perdonaban el haber generado a Muerte. A pesar de que los dioses fueron los primeros en conquistar el cielo y desde entonces se nutren de amèta, el líquido que es el “no-mortal”, sabían de todas formas que un día, aunque aún muy remoto, Muerte los alcanzaría. Tenían terror de parpadear, porque sabían que todo lo que parpadea muere. Con los ojos cerrados, vigilaban las duras piedras de su palacio a la espera de que se posase un velo de polvo, mensajero de la tierra y de la muerte. Cuando se apercibieron de que Prajâpati miraba a Uëas, y que Uëas respondía a su mirada, cubriéndose de una humedad rosada, los dioses se escandalizaron. No porque Uëas fuese su hija, ya que no había mujer que no fuese hija de Prajâpati, sino porque Prajâpati era de otro mundo. Sólo podía engendrar. Pero tocar a una de sus criaturas, penetrarla, habría alterado todo orden, habría bastado para negar el orden del mundo del que los dioses se consideraban guardianes, incluso contra su propio Padre. Lo primero que se les ocurrió a los dioses fue aterrorizar al Padre. Querían impedirle a toda costa que tocase a la Hija. Calcaron de ellos mismos, como cirujanos expertos, la forma más espantosa. Con ella compusieron a Rudra. De este modo el Padre sería obligado a sufrir el horror de la existencia. La exaltación no lo era todo. Prajâpati no podía pretender abandonarse a aquel engaño, después de haber hecho coincidir su nacimiento con el de Muerte. Resonó el grito desgarrador de Rudra. El sonido que se impone a cualquier otro. “Nunca lo olvidarás, Padre”, pensaron los dioses, satisfechos de su venganza. El oscuro Rudra, que aún se demoraba en la plenitud indiferente, anterior a toda creación, en el ser implícito y cerrado en sí mismo, aceptó desdoblarse en una figura vuelta hacia el exterior, a su eventual progenitor, Prajâpati. Y Prajâpati abrió los ojos hacia lo indiferenciado y reconoció a su familia, la sustancia de la que algo se separa para existir como singularidad. Sintió salir de sí mismo a su hija Uëas, que derramaba la primera luz sobre aquella enorme extensión. En ese momento Prajâpati descubrió el sorprendente placer de quien contempla aquello que no posee. Porque la Hija, tendida sobre lo informe, ya no era la misma que había habitado en él. Era una extraña, la primera extranjera. Prajâpati ardía. De la punta de los pies a la cabeza ascendía en su interior algo que transformaba, cocía, maduraba su cuerpo, como a la espera de otra cosa. Y de pronto se dio cuenta de que aquel fuego flameaba fuera de él, hacia la Hija. Mientras Prajâpati movía sus patas de antílope (aunque él no se había dado cuenta de la metamorfósis) hacia Uëas, la plenitud reconoció en su interior una hendidura, una corriente de aire, de vacío, entre el cuerpo del Padre y el de la Hija. En ese vacío vibraría la flecha de Rudra, el Arquero, dispararía poco después contra Prajâpati. Poco después: ese retraso, ese intervalo fue el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo que existiría siempre, toda la historia, todas las historias que envolverían de forma invisible toda existencia. Sin eso nada hubiera podido asegurar su propia existencia. Esa flecha confirmaba, al mismo tiempo que lo castigaba, la abertura que se había abierto en la plenitud. Transformó el vacío, de una vez para siempre, en herida. Vuelto hacia el mundo aún incompleto, Prajâpati plasmó su arrojo en un deseo, en un derramarse, en un chiflido. Visèj-, sèj: éstos eran sus verbos. En sèj- estaba el disparar, el derramarse; en vi- la invasora expansión que se extiende en todas las direcciones. Cuando Rudra disparó la flecha sobre Prajâpati que estaba por derramar el semen en Uëas, también aquel primer acto se desdobló. Ni siquiera en ese instante, el primer instante, nada había sido uno solo. Mientras Prajâpati desparramaba el semen en el vacío, la flecha le abría una herida en la ingle, una laguna que significaba todas las lagunas. Con esa punta metálica el mundo apenas existente penetraba en aquellos que le habían dado origen. Se revolvía contra el Padre y lo contagiaba con su veneno. A la plenitud que se volcaba hacia lo exterior correspondía un minúsculo vacío que se formaba en el interior de la plenitud. (Ka, Roberto Calasso). Nacimiento del Tiempo:Tiempo entró en escena después del surgimiento de la intención y del acto que la siguió. Mientras sólo existió la mente, la intención era el acto. Pero desde que existe además algo externo, Tiempo se interpone entre la intención y el acto. En ese momento escapó para siempre del universo mental, a través de una brecha que permanece abierta como una herida en la ingle de Prajâpati. (Ka, Roberto Calasso). Fuentes - FontsSOUV2P.TTF - 57 KB SOUV2I.TTF - 59 KB SOUV2B.TTF - 56 KB bai_____.ttf - 46 KB babi____.ttf - 47 KB bab_____.ttf - 45 KB SOUV2T.TTF - 56 KB inbenr11.ttf - 64 KB inbeno11.ttf - 12 KB inbeni11.ttf - 12 KB inbenb11.ttf - 66 KB balaram_.ttf - 45 KB indevr20.ttf - 53 KB Disculpen las Molestias
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